con el matrimonio. El plan, en concepto de la joven, era atrevido y peligroso, y esto quizás la desazonaba. Cuantas veces podía burlar la vigilancia de doña Marta, repetía la lectura, y otras tantas temblaba y lloraba.
Además, ¿quién sabe qué otros motivos de temor y pesar se encerraban un pecho? El amor aun cuando no es contrariado, pero mucho más si lo es, crece y se desarrolla acompañado de no sé qué amargura, de no sé qué recelo doloroso, de no sé qué presentimientos tristísimos de los que uno no puede darse cuenta cabal. Por eso la persona verdaderamente enamorada nunca está alegre, suspira mucho y derrama lágrimas secretas. ¡Ay! el pasado, por bello que sea, no es más que un recuerdo, el presente tan lleno de zozobras y el porvenir tan oscuro y medroso! ¡Pobre Juanita!
Llegó don Bonifacio bastante cansado, y más que cansado, con la cabeza en malas condiciones y los ojos encandilados, á causa del bendito cuerno, vacío desde el último beso que el buen viejo le diera al pasar el Machángara. Tambaleándose y balbuciente, dijo á doña Marta cuanto su hermana le había encargado decir, y saludó y abrazó á Juanita. Después se echó á desollar la zorra.
A la mañana siguiente, tomado muy temprano el desayuno de locro, huevos fritos y chocolate, montaron á caballo Juanita y don Bonifacio, y emprendieron el viaje. Precedió naturalmente la despedida, que en verdad fué triste. Doña Marta, llorando, abrazó á Juanita y le dio la bendición, no sin haberle dirigido antes larga letanía de consejos. Juanita lloraba también, y lloraban enlazándola una y otra vez en sus brazos las criadas y las inquilinas, que habían salido de sus habitaciones para decir el adiós, á su querida señorita. ¡Buen viaje! ¡Dios me la lleve con bien! ¡adiós! adiós! Repetían todas.
Don Bonifacio, antes de echarle la pierna á la cabalgadura, había dado un largo beso á su querido cuerno, nuevamente provisto de anisado.
Las inquilinas salieron á la puerta de calle para ver á los viajeros hasta que torcieron la primera esquina; doña Marta, con igual objeto, se había asomado al balcón, y mientras con la siniestra se enjugalia las lágrimas, con la diestra echaba á Juanita bendiciones una tras otra.
El trayecto de algunas leguas que hacía el caminante en la última jornada para llegar á la histórica ciudad de los Shiris y de los Incas, á la capital de la Presidencia española de Quito, y de la actual República del Ecuador, no era camino, y es punto resuelto por la sana crítica que se le daba ese nombre sólo por decencia: pues ¡como no se había de llamar camino esa sucesión de fangales, resbaladeros, abras estrechas, gradas de piedras movedizas que se hallaba en las vecindades de una gran ciudad! Y se lo