Página:Entre dos tias y un tio.djvu/33

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—¡Jesús! exclamó Juanita. ¡Bárbaro! ¡hombre bárbaro!

El bárbaro metió con fuerza las espuelas á su caballo que de dos saltos y levantando plumas de agua tomó la delantera al de la joven.

—¡Sígueme sin miedo! gritó don Bonifacio.

—¡Animo! niña, ¡ánimo! gritaba también José desde la orilla, levantando el mechón que no tardó en apagarse.

El agua azotaba el costado de las cabalgaduras subiéndose hasta dar en la cintura de los ginetes; aquí tropezaban los fatigados brutos, allá resbalaban, más allá se hundían; pero la fuerza de la corriente, si los obligaba á descender, no podía voltearlos. Don Bonifacio los animaba á gritos; Juanita se agarraba con ambas manos del pico de la silla, mas tenía en tal estado la cabeza que le parecía que las olas subían en vez de bajar y que el vado se ensanchaba á medida que ella se acercaba á la margen opuesta. Pasaron al fin. En la orilla, veinte varas abajo del punto por donde penetraron en el agua, había un salto. El caballo de don Bonifacio asentó en el borde las manos, hizo un gran esfuerzo y se puso en seco. El de Juanita lo imitó con más trabajo y dando fuerte sacudida. —¡Jesús me valga! exclamó la joven con voz desfallecida.

—¡Ea! ya no hay cuidado contestó el viejo. ¿Ya ves que no había motivo para tanto miedo y tantas alharacas? Pero este paso, como quiera que sea, merece cuatro buches de seguida. A tí para qué es decirte nada: seguro es que volverías á desairar á mi cuerno. Bebió en seguida; luégo prendió un papelillo, volvióse á mirar á su compañera, y espoleando su caballo dijo: —Sígueme; y ahora sí no hay más ladrones, rodeos ni vados, y dentro do media hora vamos á dispertar á tu tía Tecla, que debe estar ya en lo más dulce del sueño. Ella nos esperaba para mañana. ¡Ja ja ja! qué sorpresa vamos á darle.

Los últimos tragos habían hecho efecto más que regular en la cabeza del viejo, y comenzó á inclinarse á la derecha, á la izquierda, adelante y atrás, como sauce movido por el viento. Luégo se dió á cantar; pero su voz trémula y confusa dejaba apenas oír, entrecortada, esta estrofa:

 Ojitos de indio borracho,
 Nariz de pupo de lima,
 Boca de bolsa rasgada:
 ¡Bonita es mi carishina!

—¡Juanita!.... qué te.... parece...... No digo.... esos.... versos.... por tí.... ¡Linda!.... ¡Eh!.... linda.... Juanita.

Y calló, y se durmió, y ya no se oía sino el golpear de los cascos en las piedras del camino y el jadear de los caballos, y el ruído de las rodajas de don Bonifacio. Felizmente esas bestias habían andado mil veces por allí é iban á su casa. Subieron la primera