nadie poseerá mi corazón en este mundo. ¡Adiós!" Salió del templo, tomó su caballo que había dejado á la puerta y tiró camino de Guayaquil. Nadie volvió á saber del infeliz.
Doña Tecla lloró mucho la muerte de su sobrina; pero crecía su pena el primero de cada mes, porque ya no podía acudir á la Tesorería.
No fué menor la pena de doña Marta y don Bonifacio, que anduvo mucho tiempo cabizbajo y triste, sufriendo las acusaciones que le hacían sus primas y, lo que es peor, las de su propia conciencia.
Doña Tecla murió en extrema pobreza algunos años más tarde, y su hermana no tardó en seguirla á la eternidad, con un cortejo de escrúpulos y gazmoñerías que la acompañaron hasta sus últimos instantes.
Don Bonifacio fué al cabo víctima del delirium tremens, pues la pena y los remordimientos parecía que habían duplicado su amor al consabido cuerno.
Ahora, mi querida Cornelia, elige y ejecuta al piano la pieza que juzgues más en armonía con el estado de tu ánimo producido por la suerte de la desventurada Juanita. ¿Será el Miserere del Trovador? ¿será la Oración de la Sonámbula? ¿será el trozo en que Lucrecia Borgia lamenta y se desespera por la muerte de su hijo? No sé lo que elegirás; pero será de lo más triste. En cuanto á mí, siempre estoy más dispuesto á la tristeza que á la alegría, áun sin mis recuerdos como el que acabo de referirte.
En seguida vendrá una hermana de Paulina, linda como ella, ¿no es verdad?