Página:Entre dos tias y un tio.djvu/7

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ó las nevascas de la cordillera occidental echan lodo y piedras en la caja de nuestro rico, que se enoja, se pone furioso, brama, y azota y tala huertos y jardines, obras de su propia munificencia, y derriba puentes, y se arrebata chozas y ganados, no pudiendo librarse de sus iras, en ocasiones, ni sus pobres dueños. Entonces es un demagogo satánico que proclama libertad, se la da amplísima á sí mismo, y para hacerla gozar á sus vecinos, hace... pues ya ven UU. lo que hace: arrasarlo todo. Pero, eso sí, ciertos revolucionarios, que Dios confunda, no hacen bien ninguno ni antes ni después de sus fazañas, y sí sólo gravísimos daños, en tanto que el Ambato, aunque borra con el codo el beneficio que hizo con larga mano, pasados sus arranques demagógicos, que no son sino humoradas malditas de pocas horas, y vuelto á su estado normal de rico bonachón y generoso, vuelve también á ayudar al hombre á recuperar lo perdido, y áun á darle más de lo que le había quitado.

Hace poco menos de cincuenta años, cuando yo todavía no era pecador, por el mes de febrero, pródigo de peras, duraznos y capulíes, muchas personas en animada cabalgata atravesaban el puente de La Delicia con dirección á Ficoa. Iban de paseo y se proponían pasar un día de diversión y chacota, como todavía gustan de hacerlo nuestros paisanos. Entonces el sillón de montar apenas daba señales de haber existido, y lo usaba sólo tal cual señora de edición colonial, y el moderno gancho era trasto de lujo de sólo las ricas. Las personas del paseo que recuerdo no lo eran y, según la costumbre común, las mujeres iban á horcajadas como los hombres. Las faldas se subían más de lo prudente piernas arriba, y para la honestidad de éstas, damas y matronas estilaban calzones de ruán con trabillas y los bordes adornados de guarnición de encaje. Échenle UU. la chaquetilla de manga larga, cerrada por el puño, un ponchito ligero, un pañuelo de seda al cuello y un sombrerillo con flores y plumas, bajo de cuyas faldas colgaba el cabello en dos trenzas iguales con remate de cinta negra, y tienen una señora de aquellos tiempos en elegante traje de montar á caballo. En los hombres privaba la polaina atada sobre la rodilla con un cordón cuyas borlas caían á los lados. En lo demás el arreo caballeril era ni más ni menos que el de los no elegantes de hoy en día: poncho, tamaño sombrero, grandes espuelas, pellón lanudo. ¿Guantes? Ni en ellos ni en ellas. Algunas mujeres, en especial las maltratadas por muchas navidades, se hacían llevar por delante sentadas de lado en el pico de la silla suavizado por un cojín ó por un paño envuelto en él. El jinete la enlazaba con el brazo siniestro por la cintura, mientras con la otra mano manejaba la brida; ella le asía por la nuca, y ¡adelante!

De esta manera iba doña Tecla, vieja de seis cuartas de estatura, apergaminada y de ojos que, con ser lo mejor que Dios le había dado, no eran para envidiados, á causa de la divergencia