Página:Entre dos tias y un tio.djvu/9

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las copas del mallorca y de la esquisita aristela. —Tras la pera, la frasquera, se repetía; ó bien para hacer beber á una señora se le decía que era preciso cocer el durazno en licor. El efecto de las frecuentes libaciones se manifestaba ya en una tumultosa alegría y comenzó el baile. Zapatearon hasta las viejas, y no se diga más. ¡Imaginen UU. que sería ver danzando á doña Tecla! Pero como no hay gusto cabal en esta vida, el de la tía de los ojos extraviados, al verse en tanta gloria, fué amarrado por unos versos que le echó el bendito ciego, soplados por Antonio en venganza del desaire que sufriera cuando quiso desmontar á Juanita.

 El baile para los mozos,
 Para viejos, el rezar;
 Que ver á un viejo bailando
 Es cosa de vomitar.

— ¡Ciego canalla! dijo entre dientes doña Tecla, y se sentó precipitadamente á medio hacer una pirueta. Don Bonifacio, que se había puesto en cuclillas para alentar en el arpa, reprendió al ciego; pero éste se alzó de hombros y siguió desempeñándose á pedir de boca de todos.

— ¡Otro par! ¡otro par! gritaron muchas voces. Fulanita con Zutanito.

Un mozo de cara en vísperas de barbar invitó á una señorita que, no obstante su deseo de lucirse, se excusó con un "si no sé" y un "no puedo", palabras rituales en semejante ocasión en boca de nuestras pudorosas damiselas. El mancebo le tomó la mano y la obligó á ponerse de pies. Ella, con los ojos bajos, colorada y sonreída, tiró á un lado el pañolón, echó las trenzas atrás, cruzó un pañuelo de seda por las espaldas, asidas las esquinas con la mano izquierda sobre el hombro y con la derecha en la cadera, y esperó que su compañero comenzara. Hízolo en seguida, la una mano en el cinto y batiendo con la otra en alto su sombrerito de paja.

— ¡Viva! ¡viva! gritaron todos y daban recios palmoteos; y quien tiraba á los pies de la joven flores y ramillas y hojas verdes, y quien tendía su pañuelo para que lo pisara.

Sentóse la joven, dióle gracias el mozo, y volvieron las voces: — ¡Otro par! ¡otro al agua!

Antonio se animó á invitar á Juanita. ¡Pobre Antonio! un vistazo y un gesto de doña Tecla le hicieron como rayos y me le dejaron patitieso. No paró en ésto: la vieja hizo una seña á don Bonifacio, éste la comprendió, se sacó el poncho y lo botó á un lado, quedándose con el chaquetón de pana cuyos bordes no bajaban del nivel de las caderas, la camisa que se le escurría sobre la pretina, á pesar de los tirantes que le cruzaban pecho y espaldas, y su querido cuerno pendiente al costado izquierdo; y en esta facha y derramando sonrisa por la entreabierta enorme boca, se acercó