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ESCENAS MATRITENSES.

llantes de la corte. Yo, que entonces era un pisaverde (como si dijéramos un lechuguino del dia), me encontraba muy bien en esta agradable sociedad; hacía á veces la partida de mediator á la madre de la señora, decidia sobre el peinado y vestido de esta, acompañaba al paseo al esposo, disponia las meriendas y partidas de campo, y no una vez sola llegué á animar la tertulia con unas picantes seguidillas à la guitarra, ó bailando un bolero que no habia mas que ver. Si hubiese sido ahora, hubiera hablado alto, bailado de mala gana, ó sentándome en el sofá, tararearia un ária italiana, cogeria el abanico de las señoras, haria gestos á las madres y gestos á las hijas, pasearia la sala con sombrero en mano y de bracero con otro camarada, y en fin, me daria tono á la usanza.... pero entonces.... entonces me lo daba con mi mediator y mi bolero.

Un dia, entre otros, me hallé al levantarme con una esquela, en que se me invitaba á no faltar aquella noche, y averiguado el caso, supe que era dia de doble funcion, por celebrarse en él la colocacion en la sala del retrato del amo de la casa. Hallé justo el motivo, acudi puntual, y me encontré al amigo colgado en efigie en el testero con su gran marco de relumbron. No hay que decir que hube de mirarle al trasluz, de frente y costado, cotejarle con el original, arquear las cejas, sonreirme despues, y encontrarle admirablemente parecido; y no era la verdad, porque no tenia de ello sino el uniforme y los vuelos de encaje. Repitióse esta escena con todos los que entraron, hasta que ya llena la sala de gentes, pudo ser-