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ESCENAS MATRITENSES.

en plantarle anteojos, y cuándo en quitarle el marco para dar pábulo á la chimenea.

En 1815 volví yo á ver la familia, y estaba el retrato en tal estado en el recibimiento de la casa; el hijo habia muerto en la batalla de Talavera; la madre era tambien difunta, y su segundo esposo trataba de casar a su hija. Verificóse esto á poco tiempo, y en el reparto de muebles que se hizo en aquella sazon, tocó el retrato á una antigua ama de llaves, á quien ya por su edad fue preciso jubilar. Esta tal tenia un hijo que habia asistido seis meses à la academia de San Fernando, y se tenia por otro Rafael, con lo cual se propuso limpiar y restaurar el cuadro. Este muchacho, muerta su madre, sentó plaza, y no volví á saber mas de él.

Diez y seis años eran pasados cuando volví á Madrid, el último. No encontré ya mis amigos, mis antiguas costumbres, mis placeres; pero en cambio encontré mas elegancia, mas ciencia, mas buena fé, mas alegria, mas dinero y mas moral pública. No pude dejar de convenir en que estamos en el siglo de las luces. Pero como yo casi no veo ya, sigo aquella regla de que al ciego el candil le sobra; y asi, que abandonando los refinados establecimientos, los grandes almacenes, los famosos paseos, busqué en los rincones ocultos los restos de nuestra antigüedad, y por fortuna acerté á encontrar alguna botilleria en que beber à la luz de un candilon, algunos calesines en que ir á los toros, algunas buenas. tiendas en la calle de Postas, algunas cómodas escaleras en la Plaza, y sobre todo un teatro de la Cruz que no