acendrado patriotismo y una energía y nobleza de carácter que atemperaban la moderación de su conducta y la unción de sus palabras».[1] El amor á la familia y al suelo natal, así como las simpatías de que gozaba en el medio social, fueron, pues, sin duda, las que determinaron la traslación del joven Rawson.
Lo que era la ciudad de San Juan por aquellos años, es fácil sospecharlo, conociendo la ciudad actual; transportándose, con los ojos de la imaginación, cuarenta años atrás, y teniendo presente la situación general del país. Ciudad colocada á doscientas leguas de la capital, ligada á esta por comunicaciones tardías y peligrosas, San Juan no podía presentar sino los modestos progresos materiales de una población mediterránea. En cuanto á su faz moral é intelectual, aun cuando San Juan ha formado siempre un honroso contraste, en este sentido, con las demás provincias del interior, ella no era muy satisfactoria.
Por lo que toca á su faz política, no era más envidiable que la moral y la material. San Juan vivía oprimida bajo el despotismo de Nazareo Benavidez, caudillo que, aun cuando de índole mansa, comparado con Rosas y con los demás que asolaban la República, había suprimido todas las libertades, haciendo imperar solo los caprichos de su voluntad absoluta y omnímoda.
« La mayor parte de los hombres decentes se habían retirado á sus viñas y fincas, dice un contemporáneo. No había periódicos propios ni extraños, fuera de La Gaceta, que, de
- ↑ Véase: San Juan y sus hombres, por D. F. Sarmiento.