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LAS FLORES DE SAÚCO

No me ruborizo al confesar que mi amor primero, lo engendró una mujer que por sus años podía ser mi madre que salí de él tan mal parado, que recién hoy, tras largos años, me atrevo a recordarlo.

Doce años tenía yo cuando fué a pasar con nosotros una temporada a nuestra quinta, aquella preciosa amiga de mi madre que se llamaba Adela y era viuda reciente de un gallardo coronel.

Su fisonomía ha quedado fijada en mi memoria y el tiempo ha sido impotente para borrarla.

Aún me parece ver su cara morena coronada por el cabello crespo y negro; su boca roja, de labios carnudos, que dejaban ver unos dientes blancos y chiquitos que daban a2