Y a la media hora tuvo que regresar a buscar dinero; se había ido sin un peso al baile y no tenía con que pagar ni un chop a su adorada.
Despacio abrió la puerta de la trastienda y paso trás paso penetró a su dormitorio y al de su esposa dirigiéndose a la caja de fierro que dormía en un rincón, casi cubierta por ropas que no se usaban.
Y encendió un fosfóro...
Momentos después acudió la policía atraída por unas voces de auxilio, y al penetrar al patio del almacén se encontró con un espectáculo risible.
Palombi, el largo y escuálido Palombi, sujeto del cuello por la nervuda mano de mi amigo don Juan y no teniendo más vestido que una camiseta de punto que apenas le llegaba a la cintura, recibía la más completa paliza con que puede obsequiarse a un campeador de fruta prohibida, tomado en flagrante delito de mordisco clandestino.
Y la policía quitó a la víctima de entre las uñas de su verdugo.
¡Cómo se quejaba Palombi!
Le debían haber roto una costilla ¡no po-