—No; si no es por crapulismo... es que quiero aumentar mis cuentos verdes... ¡ya sabe que hago colección!
Y el primo Santiago me refirió lo siguiente con un lujo tal de detalles que me veo obligado a suprimir la mitad para que no se me tache de larguero.
Tu padre me llevó a la gran chacra que tenía en la estancia y me encargó de ella... fué en 18...
Entonces Felipa—tú sabes que mujer fué después la tal Felipa—era una pollita de 13 años que el mayordomo cuidaba más que a sus pesos.
Morenita, gruesa, con una pierna y un cuerpito de aquellos que parecen hechos, nada más, para que se siembren besos; era encantadora la pequeña.
Y aquí mi primo se saboreó y comenzó a buscar los cigarrillos.
Yo le eché el ojo desde la llegada; no podía ser por menos.
Figúrate aquella frutita rica, silvestre, que crecía sin saber para qué, exquisita a que el primer día se la engullera un estó-