Y el hecho aconteció!
A los pocos días el viejo no asistió más a las lecciones que eran dadas a la noche en el vasto comedor, porque se dormía oyendo el a, b, c.
Comprende, primo?... El gato levantó la cabeza y se lamió el hocico con su lengua blancuzca y áspera como una lija.
Y aqui lió su cigarrillo con toda calma, comenzando a buscar los fórforos entre los innumerables bolsillos de su saco, que es de memoria tradicional en la familia.
Una tarde deletreábamos el m, a, ma cuando se me ocurrió acercarla bien a mi para oirle mejor la lectura: estaba un poco sordo.
Le pasé el brazo por la cintura y sin decirle una palabra le atraje hacia mis rodillas con todo disimulo.
Deletreó admirablemente y no pude menos que darle un besito — el primero — en la orejita rosada, en un puntito que hoy encontraría todavía con los ojos cerrados.
—¡Muy bien mi hijita, exclamé, muy bien!
Y la levanté en alto sentándola sobre mi pierna izquierda en demostración de mi