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ESPLORACION.

se sobre una de sus faces, despues sobre la otra; poco a poco, principió a rodar suavemente; haciéndose mas rápido el declive de la montaña, comenzó a dar saltos, primero cortos, i bien pronto inmensos. A cada salto se veia desprenderse pedazos de la roca que rodaba i de las que ésta recorria en su furiosa i salvaje carrera. Esos trozos jiraban a su turno tras de la mole, como sirviéndola de escolta, formándose así un torrente de piedras grandes i pequeñas, envuelto en un denso velo de polvo, que fué a estrellarse, por fin, en la quebrada, donde se detuvo ese torbellino con un estruendo i confusion imponentes i admirables.

Desde aquí nos quedaba un camino derecho, pero algo pendiente, para llegar a la cima de la cordillera, o mejor dicho, al Portillo, que teniamos a nuestra vista. Nada mas propio que el nombre de portillo; figúrese el lector una pared, pero una pared inmensa, que haya sido cortada de arriba a abajo en una anchura de dos metros, i ese es el Portillo de los Piuquenes.

En un recodo de ese camino, i a la izquierda, se erguia un hermoso pico, cuyas estratas verticales ostentaban todos los matices del gris i del amarillo; era un plaid escoses tejido con las rocas de la cordillera. Sus capas, por efecto de algun violento solevantamiento, en vez de ser horizontales, eran casi a pico i distintamente separadas unas de otras. Cualquiera, al verlo, creyera que el tiempo, celoso de las hojas del gran libro del destino, petrificándolas, las habia colocado allí, en ese majestuoso