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A LA LAGUNA NEGRA

laderas cubiertas de piedras sueltas, nos fué posible notar la rapidez con que se apagan los sonidos. Gruesos guijarros, removidos por los cascos de nuestras cabalgaduras, rodaban a los abismos, sin causar mas que un leve ruido: caian dando botes i apénas nos era dado escucharlos, pues la rarefaccion atmosférica, ofreciendo un medio ménos ponderable para la propagacion de los sonidos, parecia que contribuia a conservar el frio silencio de aquellas soledades.

El camino, si tal puede llamarse el que conduce al Portillo, se nos presentaba a la vista como un vasto cementerio. Por todas partes blanqueaban las osamentas de los animales rendidos al cansancio o a la necesidad; i de trecho en trecho, se dejaban ver las últimas víctimas, aun vistiendo su piel, aunque medio devoradas por los cóndores. Tal espectáculo induce a tristes meditaciones, i mui especialmente cuando se observa las propias cabalgaduras i las muestras de terror que esperimentan al notar los restos animales que pueblan la senda.

Es también digno de notarse el instinto que demuestran las cabalgaduras al ascender la empinada cuesta. La rarefaccion atmosférica las obliga a detenerse cada cincuenta o sesenta pasos para alimentar sus pulmones i tomar aliento; mas, cuando sienten la espuela que las impele adelante, tuercen su cuello, i lanzando una tristísima mirada hácia el valle que han abandonado, baten hácia adelante sus orejas i se resignan a seguir su destino. Esta circunstancia nos fué posible observarla numerosas veces durante el ascenso de la cuesta, notando que