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A LA LAGUNA NEGRA

amistosa cordialidad de nuestro estudioso e intelijente compañero don Francisco Vidal Gormaz.

Dimos en seguida algunas vueltas por la gran plaza donde se encuentra la iglesia, vetusto i feo edificio que actualmente hace refaccionar el distinguido cura de la parroquia.

Recorrimos algunas calles, admiramos mas de una beldad en las puertas o ventanas de las casas i volvimos acompañados por don Eduardo Serrano, subdelegado del lugar, a casa de nuestro cariñoso huésped.

Bajo un frondoso parron, se ofrecia a nuestras miradas i a nuestros hambrientos estómagos una mesa espléndidamente servida. Sobre manteles tan blancos como las nieves de las montañas, humeaba en grandes fuentes de porcelana una sabrosa cazuela, cuyos aromáticos vapores hacian cantar gloria a nuestro paladar. Como adorno imprescindible, limpios cristales contenían el jugo destilado de la uva, ese jugo que hizo que Noé no fuera inscrito en el calendario; hermosos duraznos i dorados racimos se ostentaban formando pirámides a las que servían de base elegantes fruteros. Aquello no era un almuerzo, era un banquete opíparo.

Miéntras saboreábamos la cazuela i demás platos que se nos sirvió, no se oia mas ruido que el de las cucharas; pero, una vez pasado ese primer ímpetu de un estómago que ha viajado seis horas, alimentándose solo de conversacion i de la contemplacion de su dueño en las grandes obras de la naturaleza, la lengua comenzó a ejercer sus funciones, interrumpiéndolas de cuando en cuando por la de