Página:Esploracion del seno de Reloncaví.djvu/32

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hasta el penoso trabajo de la sierra, no es raro verlo ejecutar por mujeres. La mujer marisca, hace la cocina, la cosecha para la provision de invierno, apolca los papales, teje las ropas de la familia i cria sus chicos; mientras los hombres, pocas veces exentos de las bebidas alcohólicas, solo se ocupan, en las épocas oportunas, del corte de madera, de las siembras i cosechas, por lo cual las mujeres gozan de mui corta primavera aunque de largos otoños.

El mariscar, o mas bien, la necesidad de tal operacion, la esperimentan tambien los brutos. Cuando se aproxima el momento de baja mar, se deja ver en las playas abundantes una grande animacion. Mientras las mujeres ejercen sus trabajos silenciosamente, las aves del mar, los bulliciosos tiuques i los traros celebran con sus graznidos el descenso de las aguas que les da el alimento. Los pernos i los chanchos, ávidos tambien de alimento, se mezclan con los demás para participar de los festines periódicos que les ofrecen las mareas, sin faltar, a veces, las caseras gallinas.

En tales momentos de comunismo en que todos se comparten los frutos de las prolíficas playas, no faltan escenas que amenicen la monotonía del acto de mariscar, como los pleitos de las aves al disputarse una presa o las rencillas entre perros i chanchos al atrapar los despojos que suelen abandonar los amos. Pero ninguna mas curiosa que ver a un chancho mariscando tacas para su dueño; pues los niños suelen emplearlos, como los viñateros de Francia, para que desentierren las afamadas trufas. Esto no es comun; pero lo he observado una vez en la isla de Nao, no obstante de ser mas frecuente en las islas de Chiloé.

Habiendo desembarcado, en 1863, en la referida isla con el fin de hacer mariscar cholgas que abundan en aquel punto, noté que un muchacho, que habia descendido a la playa acompañado de algunos chanchos, los golpeaba mui a menudo, i habiéndome acercado a él, pude observar la causa del mal trato que daba a aquellos animales.

El muchacho, armado de un pequeño garrote i de un sesto, seguia a los chanchos, i cuando notaba que alguno de ellos alzaba la cabeza, le descargaba un golpe sobre la trompa: el animal gruñia, i bajando su prolongado hocico, escupia, en fuerza del dolor, la toca que deseaba romper con sus muelas. El niño la