parece bastante contundente como para decidir a la crítica por la lectura “sociológica” (2). En primer lugar, puede decirse que las poéticas del sesenta aparecen estrechamente ligadas a la cristalización de una ideología más o menos compacta que circula en los medios de producción intelectual y artística, que se propone como revolucionaria, y que está ligada al proceso histórico que se inicia en la Argentina hacia 1955 y en Latinoamérica alrededor de la Revolución Cubana. Ideología que genera el planteo programático de urgir al género poético a abandonar el carácter aristocratizante de la poesía pura, a contaminarse con la realidad social hasta la mimetización, y sobre todo a politizarse, a hacerse instrumento de transformación de la historia. Es esto lo que señalaba Juan Jacobo Bajarlía al definir que “la poesía del '60 es una especie de poli-poética, es decir, el gobiemo de la ciudad por la poesía" (citado en Villafañe, J ., 1986). Y cuando Rodolfo Walsh responde a un repoflaje de Ricardo Piglia en marzo de 1970 está suponiendo ese “plafond” ideológico, extendido al menos entre los sectores medios más o menos intelectualizados: “un nuevo tipo de sociedad y nuevas formasde producción exigen un nuevo tipo de arte más documental, mucho más atendido a lo que es mostrable (...) No concibo hoy el arte si no está relacionado directamente con la política, con la situación del momento que se vive en un país dado. . . porque es imposible hoy en la Argentina hacer literatura desvinculada de la política” (Walsh, R., 1973). Si hemos apelado aquí al testimonio de un narrador, es porque además del contorno ideológico global, la poesía de esos años se ve especialmente acosada por el fenómeno del “boom” o “nueva novela latinoamericana”: lo que se lee como literatura queda delimitado casi absolutamente por la narrativa, y la poesía se ve constreñida a rede■nirse (a favor o en contra de la corriente) en orden a ese desplazamiento. Si se quiere, la narrativa resultó la zona de la cultura tradicional que mejor supo reaccionar frente a una tercera constante de los años sesenta, frente a otro desplazamiento más global: la difusión de los mass media, que se capilarizan hacia todos los rincones de la vida social y que pasan a ocupar un lugar de mediación dominante y casi ineludible entre las prácticas culturales y su circulación. En este marco, la lírica se verá obligada a reubicarse. Sea para rea■rmar su tradicional apanamiento del contexto, como palabra virginal (Adomo, T., 1984), y a riesgo de quedar también fuera del mercado. Sea proponiéndose una transformación radical. Para la primera reacción, Alejandra Pizarnik aparece como el caso paradigmático, a pesar del destino paradoja] de su poesía (aún exasperando la tradición de la lírica, sus textos ocuparán un lugar dominante en el sistema poético de esos años). Para la segunda reaccción, Argentino hasta la muerte (1954) de César Femández Moreno, es invocado habitualmente como la piedra fundamental de la “generación del ’60”, en tanto “percibió como nadie los elementos de comunicatividad que permitían la lengua conversacional y el recurso al relato" de modo que “fue, prácticamente, el único libro de poemas que logró visibilidad en el circuito editorial de la época (en su edición de 1963)” (Prieto, A., 1983). Decimos piedra fundamental porque en esta segunda reacción, “que provee de un rasgo específico a la producción de la época" (Muschiettí, D., 1987) se ubica la obra de Juan Gelman, junto con las de Francisco Urondo, Leónidas Lamborghini, Alberto Szpunberg, Horacio Salas, Alfredro Andrés, Daniel Barros, Alfredo Veirave, Andrés Avellaneda, Héctor Negro, Ramón Plaza, Eduardo Romano, Roberto Santoro, Marcos Silber, Julio César Silvain y otros (3). Además, la motivación básica, extraliteraria pero inmediata, de esta poética, 20
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