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120 Margarita Eyherabide

suelo tuyo... ó de los dos: — Los amores de Dido y Eneas, sólo los enenta la leyenda; en cambio, los amores nuestros, bien puede contarlos la Historia.

— ¿Y qué dice la Historia — preguntó Arasí ingenuamente — de los amores de Dido y Eneas? —

—Dice que la princesa tiria nació tres siglos después que el defensor de Troya.

— ¡Ah,! es una suerte que así haya sucedido. ¡Cómo habría, pues, Dido, de amar á Eneas!... ¡Hubiera sufrido atrozmente la desgraciada reina cartaginesa!...

—— En efecto... ¡Y así te compadeces de la bella y deliciosa reina! ¡Es muy dulce el corazón de las mujeres, cuando así se sensibiliza por todos los dolores!

— Mi amada — continuó más confidencialmente ¿á qué hora piensas todos los días en mí?

—A qué hora! Tu recuerdo no se borra un instante de mi mente y hasta dormida pienso en tí, porqué contigo sueño, Mira... añadió la joven ¿sientes?

— Es el reloj de la iglesia de la ciudad. También se oye algunas veces en la casa blanca.—El río es el causante de ese milagro que tanto amo, porque cuando llega á mis oídos, paréceme que escucho tu voz;—es que es algo que me viene de de tí, algo que viene de donde tú moras amada mía.

— ¿Y se oye bien claramente? — preguntó la joven.


— Sí, casi siempre, cuando la dirección de los vientos favorece la claridad de la emisión reper- cutida.

— ¿Qué hora ha dado? — interrogó la joven con una suavidad deliciosa.