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122 Margarita Eyherabide

CAPÍTULO Il

Amir, como si estuviera acostumbrado á recorrer el pésimo trayecto que tenía que efectuar hasta la costa, llegó allí sin tropiezo.

Sin embargo, su aliento sofocado denunciaba que había andado con mucha rapidez y que el camino era demasiado largo para recorrerlo á pie. Camilo dormía como un lirón, tendido en el fondo del bote- eillo. como lo dejara Amir.

Desató el joven la amarra, empuñó los remos y el Lote comenzó á deslizarse suavemente.

— ¡Señor Amir! — murmuró Camilo, incorpo- rándose de pronto, como si despertara de un sueño agitado y le asustara la presencia del joven.

—No te asustes, Camilo, respondió éste chan- ceándose. — Ahora me convenzo de que eres dormi- lón y medio. ¡Ah! lo que es el pobre Panchito no ha de estar á esta hora con ánimo de oir mi chá- chara... — Amir rió fuertemente. — Y la verdad es que tiene razón — añadió.

— ¿Qué dices, buen Camilo? — preguntó luego.

—Digo... pues... yo digo... Pero me disculpe don Amir.—Camilo se expresaba en el más endia- blado portugués, que era, no obstante, perfectamen- te comprensible para Amir. — Digo... que no ha de ser muy bueno, esto de andar á media noche... ¡Vaya si queda lejos! — porque... mire, don Amir...

— ¿Lejos? — Apenas unas cinco cuadras esca- sas... y luego de aquí, á la casa blanca... respon- dió Amir.