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Amir y Arasi 175



— ¡Ja! ¡ja! ¡jaj ¡ja! — repitieron en coro los infantes.

“La brocha” volvióse.

—- ¿Qué tanta risa? ¿tanta risa? ¡tanta risa! —- preguntó pero ya los diablillos se habían puesto á buen recaudo de los arrebatos del pobre hombre.

Este comprendió que de todos modos, nada tenía «ue hacer con aquellos demonios y elavó la mirada en un pebete sentado en un baneo de madera pintada en el fondo del jardín. El pebete, no dejaba en paz sus lindas piernitas y, mirando con envidia á sus compañeritos. lloraba y gritaba: ¡Yo quiero levan- tarme! ¡yo quiero levantarme!... ¡Yo quiero levan- tarmelo..

— ¡Hola! — dijo “La brocha?” — ¿Y porqué lora aquél?... los chicos habían vuelto á las suvas y es eurriéndose por detrás de una glorieta se habían colocado otra vez cerca de la brocha. Uno de ellos


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respondió á la pregunta:

— Porqué está de penitencia.

— ¡Ustedes son los que debían estar allí! — ex- clamó “La brocha””, Tú, grandote, que si yo soy tu madre ó tu padre. por Dios que te meto de cabeza en el halde de la cal.

— Yl grandote se retiró semi amoscado.

— ¡Ahora me va á pagar! — comenzó á decir des- pacito á sus compañeros y cogió la enchara que el pobre ““La brocha” creía perdida y que el rapaz ha- bía ocultado debajo de un ladrillo y comenzó á pasar rayas y rayas sobre la cal ya preparada... Á poco apareció dibujado, un cuerpecillo y unas piernazas.. y unos piezotes! ¡Arriba! ¡uf! ¡ahora al frente! La cabeza, la boina... ¡aquello era un retrato an- téntico! ¿Aquel chico era un artista... de paco-

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