Amir y Arasi 2 trueción.... un nido primoroso que sella la oficio- sidad delicada de una pareja de colibríes. —Y más altos aún. en hondo hueco, '* guardan sus feos pi- chones los caranchos y los negros cuervos ””.
El puente es estrecho y corto. Lo hemos pasado ya. Doble extensión de campo se extiende á nuestra vista; recorrámoslo: vayamos hasta la orilla que os describo:
¡Qué horizonte tan lleno de poesía! — Sigamos un eamino estrecho, cuidada la falda para que las espinas traidoras no nos descompongan los vestidos. ¡Ah! ¡ya está! ¿lo véis? —¡Es el río Yaguarón, blaneo. manso, con escasos rumores, tan duleemente poético, tan suavemente encantador!
Ganemos la orilla... ¡Oh! con qué delicia se siente apenas el “* chrrr ” de la arena bajo nuestra planta; el agna llega á la pantorrilla...
¿Vamos más lejos? ¿qué cuesta? ¿Sentís acaso miedo?... ¡Y no hay un botecillo uruguayo que pudiera recogernos si nos llevara la corriente!!... Iremos un poquito más, pues, sólo un poquito, río adentro. ¡Qué delicia! Llevemos como recuerdo aca- riciador los verdes camalotes de flores lilas, que al inclinarse al tímido vaivén de la oleada, parecen decirnos:
— También somos muy vuestros; venid, si que- réis. á llevarnos al suelo uruguayo. .””
¿Qué es aquella abigarrada colección de casas, rodeadas de bonitos árboles?... — Y aquí, mucho más aquí, bien enfrente... ¿no se ve una eruz? ¡Oh! el paisaje es más poético aún. Tenéis á vuestra vista, las hermosas quintas de Yaguarón. Bien enfrente, en línea recta, el cementerio, y allí, á la derecha, muy á la derecha, ¿véis bien? Pues bien: aquella es la ciudad de Yaguarón.