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Amir y Arasi 197


y, para término de males, una vecinita á quien sólo una vez ereo haber mirado, por poco si me ha toma- do para el patronato. ¡ Ya puedo vanagloriarme!... — La voluntad allana todos los obstáculos, Amir. contestó doña Jova un tanto resentida. Y continuó: ¡Muy bien por Arasi y su prima pero, en cuanto á la vecinita ya es otra cosa. Voy á poner á la sir- viente de centinela, para que le saque la lengua cuando la vea reir! ¡ Tú veras! Esto si que está bueno! — dijo Amir soltando



ina carcajada. — Eso sería darse por entendido de la ofensa. Lo mejor, es dejarla entretenerse con sus burlas; — cuando se vea desdeñada, ya cesará de

plano, mamá.

— Pobrecita — continuó diciendo el joven, joco- samente, — la risa es su alimento, la burla, su Juguete. ¡Dios mío! privarla á ella de provocar sus títeres andantes, sería lo mismo que privarte á

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tí de mi cariño ó á mí de mi madre. Mira — conti- nuó, llevando á doña Jova, hacia la ventana. Ha sentido los pasos de esas señoras que cruzan. — ¿La ves? — ha dejado la labor y corre al balcón. Llama á sus hermanas. “Vengan ligerito á presenciar un lindo espectáculo'” la grita con voz de risa ¿oyes? Todas corren y se apiñan trás la cortina. Ahora se ríen. ¡Vava cualquiera á adivinar porque se ríen las pobrecillas! — Sin duda porque las paseantes desconocidas, no se remangan la falda á la última moda ó porque una mecha de cabello se les ha des- arreglado con el viento. ¡ Infelices!

— Quien las vé — murmuró doña Jova que no se conformaba — ¡por lindos tipos que son! — ¡Unas mamarrachas!

Amir, dulcemente y haciendo á su madre mil cari-