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218 Margarita Eyherabide

¡Pero que diablo! -—ratificó — yo no voy á ser juguete de naides ¿qué se creen? y Panchito, con resignación filosófica quitó las ropas del lecho, acomodólas en el piso, que era de tierra, y allí se echó muy apretadito.

¡Y ahí— dicen. lector — que ¡habías de ver al señor Progreso!... ¡Como que no podía dormir de frio... ¿Y qué crees tú que hizo?—Pues, señor—co- menzó á decirse compasivamente :—hay que ser razo- nable y dejarse de majaderías de autócratas.—Ahora hago una cosa — y el señor Progreso abrió la boca y levantó un dedo con misterio... — Me eseu- rro, despacito y con delicadeza, así, así, así... ¡ya está! y le tiró un poquito, así, así, de la sábana. ¡Bomba! — Ahora, me arrollo aquí. ¡Psech! —¿y «qmién será capaz de decir que el señor Progreso invoca á Morfeo, entre cachibaches?... ¡Deslen- guados!... pues,... sobre ruinas levanto yo pala- .cios sirviéndome de las ruinas mismas muchas veces.

Aquí, lo que resulta, continuó, es, que ¡no vaya á hacer el diablo que el señor Progreso se muera

así mismo, de!... ¡Pero que rarísimo! — El señor Progreso que es todo un rey!... ¡Ah! añadió tácita- mente. — En su morosidad el señor Progreso se

guarda el fiasco: ¿Quién me mandó ser tan tar- dío?... La juventud hace siempre, mejor frente á las peripecias... Y el señor Progreso apretó Jos labios para no añadir palabra...

Pero... ¿qué crees tú, lector? —¿erees que el señor Progreso iba á dormir? — Pues yo quiero de- cirte que eso fuera tan imposible, como imposible será que ta me digas -— pues yo se que eres muy galante — que, á pesar de mí... espiritualidad, no