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Y fue la oveja, balando de gozo.

El hombre, primero, la encerró en un corral. Quiso ella salir; un perro le mordió el hocico.

Le hirieron en la oreja con un cuchillo y la metieron en un baño, frío, de olor muy feo.

Por fin, de compañero, le dieron un carnero que á ella no le gustaba nada.

En vano protestó.

—Es para tu bien —dijo el hombre—: ¿no ves que te estoy protegiendo?

Poco á poco se fue acostumbrando.

Sus formas agrestes cambiaron por completo; sus mechones cerdosos se volvieron lana, y se hinchó de orgullo al ver su hermoso vellón.

Entonces, el hombre la esquiló.

La oveja tuvo magníficos hijos, rebosantes de salud y redondos de gordura.

El hombre se los llevó, sin decirle para donde.

La oveja quiso saltar el corral para seguirlos, y rompió un listón de madera. El hombre, furioso, asestándole un golpe en la cabeza:

—¡Vaya! —dijo—, ¡métase uno á proteger ingratos!