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Facundo

campaña parlamentaria en que logró triunfar. En el exterior, la victoria parece haberse divorciado con la República, y aunque sus armas no sufren desastres en el Brasil, se siente por todas partes la necesidad de la paz. La oposición de los jefes del interior había debilitado el ejército, destruyendo ó negando los contingentes que debían reforzarlo. En el interior reina una tranquilidad aparente; pero el suelo parece removerse, y rumores extraños turban la quieta superficie. La prensa de Buenos Aires brilla con resplandores siniestros, la amenaza está en el fondo de los artículos que se lanzan diariamente oposición y gobierno.

FACUNDO La administración Dorrego siente que el vacío empieza á hacerse en torno suyo, que el partido de la «ciudad», que se ha denominado federal y lo ha elevado, no tiene elementos para sostenerse con brillo después de la presidencia. La administración Dorrego no había resuelto ninguna de las cuestiones que tenían dividida la República, mostrando, por el contrario, toda la impotencia del federalismo.

Dorrego era porteño» antes de todo. ¿Qué le importaba el interior? El ocuparse de sus intereses, habría sido manifestarse «unitario»; es decir, nacional. Dorrego había prometido á los caudillos y pueblos todo cuanto podía: afianzar la perpetuidad de los unos y favorecer los intereses de los otros; elevado, empero, al gobierno, ¡qué nos importa, decía allá en sus círculos, que los tiránuelos despoticen esos pueblos? ¿Qué valen para nosotros cuatro mil pesos anuales dados á López, dieciocho mil á Quiroga, para nosotros que tenemos el puerto y la aduana que nos produce millón y medio, que el fatuo» de Rivadavia quería convertir en rentas nacionales? Porque no olvidemos que el sistema de aislamiento se traduce por una frase cortísima: cada uno para sí. Pudo prever Dorrego y su partido que las provincias vendrían un día á castigar á Buenos Aires por haberles negado su influencia civilizadora, y que á fuerza. de despreciar su atraso y su barbarie, ese atraso y esa barbarie habían de penetrar en las calles de Buenos Aires, establecerse allí y sentar sus reales en el fuerte?

Pero Dorrego podía haberlo visto, si él ó los suyos hubiesen tenido mejores ojos. Las provincias estaban ahí, á las puertas de la ciudad, esperando la ocasión de pe-