Ir al contenido

Página:Facundo - Domingo Faustino Sarmiento.pdf/134

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
134
Domingo F. Sarmiento

no de los mismos á quienes ha salvado, y arrojado indigramente de la cabeza de su ejército, se salva de entre sus enemigos en el Entre Ríos, porque el cielo desencadena sus elementos para protegerlo, y porque el gaucho del bosque, Montiel, no se atreve á matar al buen manco que no mata á nadie. Llegado á Montevideo, sabe que Rivera ha sido derrotado, acaso porque él no estuvo para enredar al enemigo en sus propias maniobras. Toda la ciudad »» consternada se agolpa á su humilde morada de fugitivo Á pedirle una palabra de consuelo, una vislumbre de esperanza. «Si me dieran veinte días, no toman la plaza» es la única respuesta que da sin entusiasmo, pero con la seguridad del matemáico. Dale Oribe lo que Paz pide, y tres años van corriendo desde aquel día de consternación para Montevideo.

Cuando ha afirmado bien la plaza y habituado á la guarnición improvisada á pelear diariamente como si fuese ésta una ocupación como cualquiera otra de la vida, vase al Brasil, se detiene en la Corte más tiempo que el que sus parciales desearan, y cuando Rosas esperaba verIn bajo la vigilancia de la policía imperial, sabe que está en Corrientes disciplinando seis mil hombres, que ha celebrado una alianza con el Paraguay, y más tarde llega á sus oídos que el Brasil ha invitado á la Francia y á la Inglaterra para tomar parte en la lucha; de manera que la cuestión entre la «campañan pastora y las «ciudades», se ha convertido al fin en cuestión entre el manco matemático, el científico Paz, y el gaucho bárbaro Rosas; entre la pampa por un lado, y Corrientes, el Paraguay, el Uruguay, el Brasil, la Inglaterra, y la Francia por otro.

Lo que más honra á este general es que los enemigos á quienes ha combatido no le tienen ni rencor ni miedo.

La Gaceta» de Rosas, tan pródiga en calumnias y difamaciones, no acierta á injuriarlo con provecho, descubriendo á cada paso el respeto que á sus detractores inspira; llámale manco boleado, castrado, porque siempre ha de haber una brutalidad y una torpeza mezclada con los gritos sangrientos del caribe. Si fuese á penetrarse en lo intimno del corazón de los que sirven á Rosas, se descubriría la afección que todos tienen al general Paz, y los antiguos federales no han olvidado que él era el que estaba