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Facundo

se enfurece, y hace uncir á las varas al mismo maestro de posta. La brutalidad y el terror vuelven a aparecer desde que se halla en el campo, en medio de aquella naturaleza y de aquella sociedad semibárbara.

Vencido aquel primer obstáculo, la galera sigue cruzando la pampa como una exhalación; camina todos los días hasta las dos de la mañana, y se pone en marcha de nuevo á las cuatro. Acompáñale el doctor Ortiz, su secretario, y un joven conocido, á quien á su salida encontró inhabilitado de ir adelante por la fractura de las ruedas de su vehículo. En cada posta á que llega, hace preguntar inmediatamente: «¿á qué hora ha pasado un chasque de Buenos Aires? Hace una hora.—¡Caballos, sin pérdida de momento!» grita Quiroga, y la marcha continúa. Para hacer más penosa la situación, parecía que las cataratas del cielo se habían abierto; durante tres días la lluvia no cesa un momento, y el camino se ha convertido en un torrente.

Al entrar en la jurisdicción de Santa Fe la inquietud de Quiroga se aumenta, y se torna en visible angustia, cuando en la posta de Pavón sabe que no hay caballos, y que el maestro de posta está ausente. El tiempo que pasa antes de procurarse nuevos tiros, es una agonía mortal para Facundo, que grita á cada momento: ¡caballos!

¡caballos! Sus compañeros de viaje nada comprenden de este extraño sobresalto, asombrados de ver á este hombre, el terror de los pueblos, asustadizo ahora y lleno de temores, al parecer quiméricos. Cuando la galera logra ponerse en marcha, murmura en voz baja, como si hablara consigo mismo: usi salgo del territorio de Santa Fe, no hay cuidado por lo demás». En el paso. del Río III acuden los gauchos de la vecindad á ver el famoso Quiroga, y pasan la galera punto menos que á hombros.

Ultimamente llega á la ciudad de Córdoba á las nueve y media de la noche, y una hora después del arribo del chasque de Buenos Aires, que ha venido pisando desde su salida. Uno de los Reinafé acude á la posta donde Facundo está aún en la galera pidiendo caballos, que no hay en aquel momento; salúdalo con respeto y efusión, suplicale que pase la noche en la ciudad, donde el gobierno se prepara á hospedarlo dignamente. ¡Caballos necesito! es la breve respuesta de Quiroga; ¡caballos! replica á cada