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Facundo

'FACUNDOrez se desmonta en la puerta y le dice: —«Aquí estoy; ¿qué quería decirme?—¡Hombre! Santo Pérez, pasé por acá, siéntese. ¡No! ¿Para qué me ha hecho llamar?» El comandante, sorprendido así, vacila y no sabe qué decir en el momento. Su astuto interlocutor lo comprende, y arrojándole una mirada de desdén y volviéndole la espalda, le dice: «¡Estaba seguro de que quería agarrarme por traición! He venido por convencerme no más». Cuando se dió orden al escuadrón de perseguirlo, Santos había desaparecido. Al fin, una noche lo cogieron dentro de la ciudad de Córdoba, por una venganza femenil.

Había dado de golpes á su querida con quien dormía: ésta, sintiéndolo profundamente dormido, se levanta con precaución, le tonia las pistolas y el sable, sale á la calle, y lo denuncia á una patrulla. Cuando despierta, roeado de fusiles apuntados á su pecho, echa mano á las pistolas, y no encontrándolas: «Estoy rendido, dice con serenidad: ¡me han quitado las pistolas!» El día que lo entraron á Buenos Aires, una muchedumbre inmensa se había reunido en la puerta de la casa de gobierno.

A su vista gritaba el populacho: "Muera Santos Pérez!» y él, meneando desdeñosamente la cabeza y paseando sus miradas por aquella multitud, murmuraba tan sólo estas palabras: «¡tuviera aquí mi cuchillo!» Al bajar del carro que lo conducía á la cárcel, gritó repetidas veces: "Muera el tirano!» y al encaminarse al patíbulo, su talla gigantesca como la de Danfón, dominaba la muchedumbre, y sus miradas se fijaban de vez en cuando en el cadalso como en un andamio de arquitectos.

El gobierno de Buenos Aires dió un aparato solemne á la ejecución de los asesinos de Juan Facundo Quiroga, la galera ensangrentada y acribillada de balazos estuvo largo tiempo expuesta á examen del pueblo; y el retrato de Quiroga, como la vista del patíbulo y de los ajusticiados, fueron litografiados y distribuídos por millares, como también extractos del proceso, que se dió á la luz en un volumen en folio. La historia imparcial espera todavía datos y revelaciones, para señalar con su dedo al instigador de los asesinos.