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Página:Facundo - Domingo Faustino Sarmiento.pdf/232

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Domingo F. Sarmiento

la «montonera», crefan que todavía la montonera era un elemento de guerra, y no querían formar ejército de línea; dominados entonces por las campañas pastoras, creían ahora inútil apoderarse de Buenos Aires; con preocupaciones invencibles contra los «gauchos», los miraban aún como sus enemigos natos, parodiando, sin embargo, su táctica guerrera, sus hordas de caballería, y hasta su traje en los ejércitos.

Una revolución radical, empero, se había estado operando en la República, y el haberla comprendido á tiempo habría bastado para salvarla. Rosas, elevado por la campaña y apenas asegurado del gobierno, se había consagrado á quitarle todo su poder. Por el veneno, por la traición, por el cuchillo, había dado muerte á todos los comandantes de campaña que habían ayudado á su elevación, y substituído en su lugar hombres sin capacidad, sin reputación, armados, sin embargo, del poder de matar sin responsabilidad.

Las atrocidades de que era teatro sangriento Buenos Aires, habían, por otra parte, hecho huir á la campaña á una inmensa multitud de ciudadanos que, mezclándose con los gauchos, iban obrando lentamente una fusión radical entre los hombres del campo y los de la ciudad; la común desgracia los reunía; unos y otros execraban aquel monstruo sediento de sangre y de crimenes, ligándolos para siempre en un voto común. La campaña, pues, habia dejado de pertenecer á Rosas, y su poder, faltándole aquella base y la de la opinión pública, había ido á apoyarse en una horda de asesinos disciplinados y en un ejército de línea. Rosas, más perspicaz que los unitarios, se había apoderado del arma que ellos gratuitamente abandonaban, la infantería y el cañón. Desde 1835, disciplinaba rigurosamente sus soldados, y cada día se desmontaba un escuadrón para engrosar los batallones.

No por eso Rosas contaba con el espíritu de sus tropas, como no contaba con la campaña ni los ciudadanos.

Las conspiraciones cruzaban diariamente sus hilos que venían de diversos focos, la unanimidad del designio hacía, por la exuberancia misma de los medios, casi imposible llevar nada á cabo. Ultimamente, la mayor parte de sus jefes y todos los cuerpo de línea estaban complicados en una conjuración que encabezaba el joven coronel Maza, quien, teniendo en sus manos la suerte de Rosas