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Página:Facundo - Domingo Faustino Sarmiento.pdf/234

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Domingo F. Sarmiento

rallas de Montevideo á los heroicos extranjeros, que se han aferrado á ellas como al último atrincheramiento que á la civilización europea queda en las márgenes del Plata.

Quizá esta ceguedad del ministerio ha sido útil á la República Argentina; era preciso que desencantamiento semejante los hubiese hecho conocer la Francia poder, la Francia gobierno, y muy distinta de esa Francia ideal y bella, generosa y cosmopolita, que tanta sangre ha derramado por la libertad, y que sus libros, sus filósofos, sus revistas, nos hacían amar desde 1810.

DOMINGO F. SARMIENTO La política que al gobierno francés trazan todos sus publicistas, Considerant, Damiron y otros, simpática por el progreso, la libertad y la civlización, podría haberse puesto en ejercicio en el Río de la Plata, sin que por esto bambolease el trono de Luis Felipe, que han creído acuñar con la esclavitud de la Italia, de la Polonia y de la Bélgica, y la Francia habría cosechado en influencia y simpatías lo que no le dió su pobre tratado Mackau, que afianzaba un poder hostil por naturaleza á los intereses europeos, que no pueden medrar en América sino bajo la sombra de instituciones civilizadoras y libres. Digo lo mismo con respecto a la Inglaterra, cuya política en el Río de la Plata haría sospechar que tiene el secreto designio de dejar debilitarse, bajo el despotismo de Rosas, aquel espíritu que la rechazó en 1807, para volver á probar fortuna cuando una guerra europea ú otro gran movimiento, deja la tierra abandonada al pillaje, y añadir esta posesión á las concesiones necesarias para firmar un tratado, como el definitivo de Viena en que se hizo conceder Malta, el Cabo y otros territorios adquiridos por un golpe de mano.

Porque, ¿cómo sería posible concebir de otro modo, si la ignorancia en que viven en Europa de la situación de América no lo disculpase cómo sería posible concebir, digo, que la Inglaterra, tan solicita en formarse mercados para sus manufacturas, haya estado durante veinte años viendo tranquilamente; si no coadyuvando en secreto á la aniquilación de todo principio civilizador en las orillas del Plata y dando la mano para que se levante cada vez que le ha visto bambolearse, al firanuelo ignorante que ha puesto una barra al río para que la Europa no pueda penetrar hasta el corazón de la América á sacar las riquezas que encierra y que nuestra inhabilidad desperdicia? ¿Cómo tolerar al enemigo implacable de los extranjeros» que, con