valijas en un pequeño atracadero donde empezaba el ca¬ nal, "la avenida de agua”, y tocó la campana, colgada de un plátano; pero ya se había desprendido de la casa la luz pálida que traía el bote. Se veía una cúpula ilumi¬ nada y al lado un monstruo oscuro tan alto como la cúpu¬ la. (Era el tanque del agua.) Debajo de la luz venía un bote verdoso y un hombre de blanco que me empezó a hablar antes de llegar. Me conversó durante todo el tra¬ yecto (fue él quien me dijo lo de la fuente llena de tierra). De pronto vi apagarse la luz de la cúpula. En ese momen¬ to al botero me decía: "Ella no quiere que tiren papeles ni ensucien el piso de agua. Del comedor al dormitorio de la señora Margarita no hay puerta, y una mañana en que se despertó temprano vio venir nadando desde el come¬ dor un pan que se le había caído a mi mujer. A la dueña le dio mucha rabia y le dijo que se fuera inmediatamente y que no había cosa más fea en la vida que ver nadar un pan.” El frente de la casa estaba cubierto de enredaderas. Lle¬ gamos a un zaguán ancho de luz amarillenta y desde allí se veía un poco del gran patio de agua y la isla. El agua entraba en la habitación de la izquierda por debajo de una puerta cerrada. El botero ató la soga del bote a un gran sapo de bronce afirmado en la vereda de la derecha y por allí fuimos con las valijas hasta una escalera de cemento armado. En el primer piso había un corredor con vidrieras que se perdían entre el humo de una gran cocina, de don¬ de salió una mujer gruesa con flores en el moño. Parecía española. Me dijo que la señora, su ama, me recibiría al día siguiente; pero que esa noche me hablaría por teléfono. Los muebles de mi habitación, grandes y oscuros, pare¬ cían sentirse incómodos entre paredes blancas atacadas por la luz de una lámpara eléctrica sin esmerilar y col¬ gada desnuda, en el centro de la habitación. La española levantó mi valija y le sorprendió el peso. Le dije que eran 238
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Apariencia