risa y por fin se dijo: "Esta agua parece una niña equivo¬ cada; en vez de llover sobre la tierra llueve sobre otra agua.” Después sintió ternura en lo dulce que sería para el mar recibir la lluvia; pero al irse para su camarote, mo¬ viendo su cuerpo inmenso, recordó la visión del agua tragándose la otra y tuvo la idea de que la niña iba hacia su muerte. Entonces la ternura se le llenó de una tristeza pesada, se acostó en seguida y cayó en el sueño de la siesta. Aquí la señora Margarita terminó el relato de esa noche y me ordenó que fuera a mi pieza. Al día siguiente recibí su voz por teléfono y tuve la im¬ presión de que me comunicaba con una conciencia de otro mundo. Me dijo que me invitaba para el atardecer a una sesión de homenaje al agua. Al atardecer yo oí el rui¬ do de las budineras, con las corridas de María, y confirmé mis temores: tendría que acompañarla en su "velorio”. Ella me esperó al pie de la escalera cuando ya era casi de noche. Al entrar, de espaldas a la primera habitación, me di cuenta de que había estado oyendo un ruido de agua y ahora era más intenso. En esa habitación vi un trinchan¬ te. (Las ondas del bote lo hicieron mover sobre sus gomas infladas, y sonaron un poco las copas y las cadenas con que estaba sujeto a la pared.) Al otro lado de la habita¬ ción había una especie de balsa, redonda, con una mesa en el centro y sillas recostadas a una baranda: parecían un conciliábulo de mudos moviéndose apenas por el paso del bote. Sin querer mis remos tropezaron con los marcos de las puertas que daban entrada al dormitorio. En ese instante comprendí que allí caía agua sobre agua. Alre¬ dedor de toda la pared —menos en el lugar en que estaban los muebles, el gran ropero, la cama y el tocador— había colgadas innumerables regaderas de todas formas y colo¬ res; recibían el agua de un gran recipiente de vidrio pare¬ cido a una pipa turca, suspendido del techo como una lám¬ para; y de él salían, curvados como guirnaldas, los delga¬ 258
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Apariencia