Página:Fernández Saldaña - Diccionario Uruguayo de Biografías (1810-1940).djvu/1038

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ga serie de sus magníficos cuentos, novelas cortas y narraciones, escritos en el curso de los años. Eran casi siempre trabajos que habían visto luz en revistas y diarios, escritos para ganarse la vida, lo mismo en Buenos Aires, donde tuvo residencia y últimamente ejerció funciones en nuestro consulado general, por nombramiento hecho por el presidente Brum, o en San Ignacio de Misiones, a donde retornó para estar alguna temporada.

Poseído por la selva tropical, como se ha dicho, Quiroga, sin embargo, no fué un descriptor de sus paisajes, ni el pintor colorista de sus aspectos: tomó en cambio camino más difícil y de aquel extraordinario mundo sacó el elemento vivo que se contenía en él, hombres y animales para penetrar a fondo en el alma de unos y entrever también en el interior de los otros, admirable observador, con ese algo de trágico que siempre llevó enredado en su paso por el mundo, y que afloró tantas veces en sus narraciones de escueta prosa, sin una palabra de más.

Caería en error quien supusiera, sin embargo, que en su vasta obra Quiroga redujo el campo de trabajo al límite agreste de los bosques y las barrancas de los ríos misioneros, cuando por el contrario, con idéntica habilitación literaria, supo abordar con toda maestría los más sutiles problemas humanos en lo más alto de la estera social, y obtuvo éxitos particulares alrededor de temas que rozaban las ciencias exactas y médicas, a meras especulaciones imaginativas al modo de Poe.

Cansado de sufrir las alternativas de una enfermedad insidiosa, que luego supo incurable, mal del que sólo podía esperar torturas, las abrevió voluntariamente, — como un estoico — el 19 de febrero de 1937, en una clínica de Buenos Aires.

Desapareció con Horacio Quiroga, al que con toda verdad se ha calificado de primer escritor uruguayo, “el conmovedor y más característico”, tenido, justamente, como un valor literario americano, y a quien in gran diario porteño despidió diciendo que había muerto “el último hechicero de Misiones, el último maravilloso hechicero de Misiones”.

Sus restos mortales fueron incinerados para transportarlos al panteón de su familia en el cementerio del Salto.

Dos amigos coterráneos, largamente vinculados al gran escritor, Alberto Brignole y José María Delgado, publicaron en Montevideo, en 1939, un libro exaustivo acerca de su vida y de alto interés respecto a su vasta obra literaria, que, aparte los libros citados más arriba, comprende los títulos siguientes: “Historia de un amor turbio”, 1903; “El salvaje”, 1920; “Anaconda”, 1923; “El desierto”, 1926: “Los desterrados”, 1928; “Pasado amor”, 1929; “Más allá”, 1935.

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