octogenario; con todo, ni su edad ni sus deberes políticos le impidieron continuar trabajando en el campo de la ciencia. La agricultura, señaladamente, le debió nuevos progresos en los últimos años de su aprovechada y laboriosa vida.
Franklin murió el 17 de abril de 1790 á la edad de ochenticuatro años. El Congreso Federal acordó que los Estados Unidos llevaran luto por la muerte del ciudadano insigne, que representaba á Pensilvania en el Congreso y á la América entera en el mundo científico y filosófico. El luto oficial duró dos meses; el particular de cada ciudadano fué más largo todavía.
La Asambea nacional de Francia tributó su homenaje á la memoria de Franklin, llevando tres días de luto por acuerdo unánime de aquella ilustre Asamblea, que fué la Asamblea de la Revolución.
El viejo Franklin moría; su obra no perecerá. Fué uno de los hombres más ilustres de su siglo, con ser el siglo más grande de la historia; fué, sobre todo, un hombre bueno, título más noble, más raro, más apetecible que el de grande. En las luchas de la pasión y en las tempestades de la vida conservó siempre su ingénita bondad; su envidiable grandeza fué la grandeza de los bienhechores.