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daron colonias; en fin, se hizo la independencia de Montevideo, á pesar del Brasil. Fué un período fecundo el del doctor Rivadavia. Si después ha adelantado tanto la República Argentina, política, industrial y comercialmente, si ha crecido la población, si han acudido inmigrantes de todas procedencias, si se ha extendido los límites de la República, sometiendo á los salvajes y explorando los desiertos, bien pueden decir los argentinos como en la célebre fábula:

¡Gracias al que nos trajo las gallinas!

Y el que llevó las gallinas fué sin duda Rivadavia, no negando con lo que decimos la gloria que les quepa á sus continuadores.

Á pesar de todo, Rivadavia fué muy combatido y se vió obligado á renunciar el poder.

En 1829 le encontramos en Europa. En 1834, gobernando sus mayores enemigos, tuvo el atrevimiento de volver á Buenos Aires para responder ante los tribunales de ciertas acusaciones que le dirigían. No quisieron juzgarle, pero se le desterró.

Después de residir algún tiempo en Mercedes y más tarde en el Brasil, buscó refugio en España.

Al cabo de tres años de residencia en Cádiz, falleció en 1845.

Fué Rivadavia un ciudadano virtuoso, un político bien intencionado y un patriota exclarecido. Se equivocó tal vez en sus apreciaciones, pero nadie es profeta en este mundo. Sus mismos adversarios han hecho justicia á su rectitud de proceder, reconocen sus talentos y su ilustración, celebran su indomable voluntad, agradecen y aplauden sus servicios...

¿Qué más puede esperar un hombre político de sus conciudanos que imparcialidad, aplauso y reconocimiento?

¿Qué más puede pedir á la posteridad, si ésta le hace justicia?