pero ya en su defensa se percibe algo nuevo. He aquí un pasaje del humanista Pietro Paolo Ver- gerio comunicando a su anciano padre, deseoso de tener nietos, sus ideas sobre el matrimonio: «Quieres que tenga mujer; pero yo temo que la mujer me tenga a mí. Semejante monstruo auto- ritario, verdadero dragón doméstico, se quejará siempre de que en la casa no le asista ningún de- recho, si no gobierna a su antojo al esposo y a la servidumbre». Prefiere seguir fiel a la ciencia. Vislumbra una nueva motivación de la vida, ya iniciada, por lo demás, en el ideario del Petrarca. Desdeña las costumbres de sus antepasados. Y lo más interesante es que lo publica claramente. Mucho de lo que en las manifestaciones del Renacimiento parece nuevo, se había pensado ya antes, sin duda; pero no se había proclama- do libremente hasta entonces, ni quizá en algu- nos puntos se haya conservado. Pero no es esto lo más importante. Ante todo hay que tener en cuenta que durante los siglos de literatura mar- cadamente teológica, no se habían podido descri- bir los motivos determinantes y las manifestacio- nes características de la relación entre los sexos, y la literatura profana incipiente no había encon- trado aún las expresiones adecuadas o no había osado emplearlas. Durante el Renacimiento, se goza en poder decir las cosas con la mayor liber- tad y no se pierde ocasión de hacerlo. Donde
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