es porque debido a esto último fué expulsado de su tierra. El polaco Sbigneff (1090) fué enviado por su madre, la duquesa Judith, a un famoso convento de monjas, de Sajonia, para adquirir allí brillo científico. Y según la leyenda nórdica de Kristna, el caudillo de Islandia Gissur Hvide envió a su hijo de veinte años, Isleif, a la abade- sa de Herford para que concurriese a su excelen- te escuela de monjas. Sin embargo, el hecho no llesó a generalizarse. Pero debió de repetirse con relativa frecuencia, como atestiguan las numero- sas prohibiciones.
El reglamento escolar francés más antiguo que poseemos corresponde al siglo xiv, y en él también se consigna la prohibición estricta de que los maestros tengan muchachas en las escuelas de muchachos, y las maestras varones en las de hembras.
Mientras en la antisúedad griega la esposa le- gítima no recibía cultura alguna y la hetaira la recibía exquisita; mientras en el imperio romano las mujeres distinguidas se adueñaban de un gran saber, descuidando, en cambio, la educación del carácter, bajo el cristianismo se atendió por igual a cultivar el ingenio y el carácter. La educación general de la mujer era conforme al sentido de la nueva religión, aunque se mantuvo, desde luego, dentro de cierta medida, atendiendo con preferen- cia, y al principio exclusivamente, a la formación
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