mayoría, las siete décimas partes tal vez de los niñoa que frecuentan nuestras escuelas, en efecto, pertenecen á hogares pobres, sustentados por el fruto del trabajo manual. Esos niños viven en la escasez, no pocos en la miseria y trabajan y deben trabajar en faenas domésticas elementales de la vida. Sin embargo, nada, absolutamente nada de ellas se les enseña. Al contrario, como quien arranca de cuajo una planta del pantano para trasladarla á un jardín primoroso, la enseñanza de salón de nuestras escuelas, estravía el alma de esas criaturas, con sugestiones teóricas y soñadoras que la reina Victoria misma juzgaba demasiado efímeras para sus hijas las niñas destinadas á reinar, y los niños toman repugnancia así á sus hogares pobres y sucios, á sus padres chanflones, al barrido, á la cocina, al fregado y al trabajo. El ánimo natural de su medio modesto, se transforma en impulsos ambiciosos, desproporcionados, fuentes de desventura y no pocas veces fatales. Un ánimo artificial, con anhelos también artificiales y frivolos, substituye á la condición social originaria del niño que se nos confía.
La tendencia á disfrazar la realidad de las cosas en nuestro desarrollo escolar, aparece también clara en los nombres aplicados á las asignaturas. Economía doméstica, es una forma aristocrática, un signo de nuestra inflación social, para llamar lo que las escuelas de Francia, Alemania, Inglaterra, Estados Unidos, etc., llaman enseñanza manual.