Página:Francisco de Sales Mayo - Diccionario gitano (1867).djvu/53

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Nada más voluptuoso que esos, cantos y esas posturas; pero ¡ay del musulman ó del cristiano que quiera obtener de esas bayaderas otra cosa que su exhibicion provocadora!

Desde las orillas del Indo hasta el campo de Gibraltar, esa ha sido siempre la peculiaridad distintiva de la gitana. Obscena en sus gestos y ademanes, obscena en sus palabras, obscena en sus cantares, pero casta en su cuerpo. Ese es el don preciado de la gitana: a lacha ye drupo, la castidad corporal.

La madre le enseña desde niña á guardar ese don para el rom, para el marido gitano, no para el busnó, no para el extraño á su raza. En ningún lupanar de Europa se encuentra una prostituta gitana.

En la misma India, donde las castas privilegiadas venden las primicias de sus hijas, el paría gitano conserva incólume la flor de sus polluelas.

Y esa peculiaridad, á que antes hemos aludido sin mencionarla, fué uno de los incentivos poderosos de la gitana para captarse voluntades durante los tiempos de su persecucion.

La gitana tiene en sí, además de la regularidad de sus facciones, de sus esbeltas formas, de su ligero talle, de sus agraciados modales, una mirada especial, á la que se atribuye el poder de engendrar grandes pasiones.

Los ojos del gitano poseen cierta peculiaridad que le hacen reconocer, cualquiera que sea el disfraz que adopte. Bajo el traje más ceremonioso, como bajo el harapo más cómico, se descubre al instante la singular y brillante fijeza de la mirada del gitano.

Podrá distinguirse el ojo pequeño del judio ó el ojo oblongo del chino; pero el ojo del gitano, aunque regular y bien proporcionado, é igual al de las demás castas, se le distingue siempre por su fulgor; y ese fulgor, en ellas sobre todo, es la luz del fósforo.