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GESTA

jan el estigma de su insulto; y cuando él se encarama en la tribuna de su elocuencia formidable, de su lógica inflexible, de hierro, aullan su impotencia sintetizada en un grito que hiere los oídos de la multitud con repercusiones trágicas. El grito dice: ¡el loco!... ¡el loco!... Y entonces el apóstol, en la apoteósis de su transfiguración, vuelca todas sus iras, hace un haz de rayos de todas sus cóleras y, al erguirse, su cabeza olímpica adquiere los contornos del inspirado. Entonces la turba lo apedrea...