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En un intento por negar o restarle importancia a los peligros inherentes a dar nalgadas, muchas personas que lo practican razonan que: “Dar nalgadas es muy distinto del maltrato,” o “Una palmadita en las nalgas nunca le hizo mal a nadie.” Pero se equivocan.

Una buena comparación se puede hacer entre las nalgadas y exposición a la ploma. De las generaciones más tempranas, la mayoría de la gente vivía en casas pintadas con la pintura basada de ploma, y la mayoría sobrevivieron sin ningún tipo de daño aparente. Fue debido a su inteligencia, o solamente a la suerte? Hoy en día, ya no hacemos eso. Sabemos mejor. Asimismo, los padres informados reconocen que el dar nalgadas a los niños es como exponerlos a una toxina peligrosa: no tiene ningún resultado positivo y el riesgo es muy serio.

Pero algunos padres de familia preguntan: “¿Cómo puede decir que es un padre de familia responsable si no agarra al niño que está a punto de salir corriendo a cruzar la calle y no le da una buena paliza para que recuerde su advertencia sobre los peligros de la calle?”

En realidad, darles nalgadas a los niños los pone en un estado de confusión emocional fuerte, lo cual les hace difícil aprender las lecciones que los adultos dicen que están tratando de enseñar. El darles lo que se llama una “buena paliza” en realidad puede servir al adulto para desahogar su enojo, pero a expensas de que sea el niño quien sienta el enojo. Mientras que el alivio del adulto es temporal, el efecto causado en el niño es permanente. Las palizas no enseñan a los niños que los automóviles y los camiones son peligrosos sino que les enseña que son los adultos, de quienes ellos dependen, los peligrosos.

Se ha perdido la confianza

El niño golpeado es menos capaz de considerar al padre de familia como una fuente de amor, protección y consuelo esenciales para el desarrollo saludable de todos los niños. En los ojos de los niños, los padres ahora parecen ser la fuente de peligro y de dolor. El resentimiento y la falta de confianza que son el resultado de las palizas, sabotean el sentimiento de cariño del niño por los adultos más importantes en su infancia. El niño que ha sido traicionado de esta manera, así como el niño que ha sido privado de la comida, el calor o el descanso adecuados, sufre y no madura de la mejor manera posible.

Las amenazas

Algunos padres de familia raramente les pegan a sus hijos o nunca lo hacen, pero siempre los amenazan con hacerles cosas terribles. “Si no te callas mientras estoy al teléfono, te voy a cerrar la boca cosiéndotela con una aguja bien grande,” o “Mejor que te cuides o alguien te va a cortar los dedos. Eso es lo que les pasa a los niños que andan tocando las cosas de los demás.” Para ellos es más fácil manejar a los niños de esta manera, por lo menos temporalmente.

Al principio, mientras los niños creen las amenazas de los mayores, obedecen por miedo. Pero pronto aprenden a disimular y a mentir con el fin de evitar los terribles castigos que ellos creen que les van a dar. Más adelante, cuando descubren que son amenazas vacías, llegan a la conclusión (correcta) que los adultos también son mentirosos.

Cuando se deteriora la confianza entre los niños y las personas que los cuidan, también se deteriora la capacidad de los niños de formar relaciones basadas en la confianza con otras personas. Esto los puede hacer menos capaces de alguna vez lograr una relación de cooperación o de intimidad con otros. Las personas que han sido lastimadas de esta manera tienden a ver a todas las relaciones como una negociación, como tratos que se ganan o se pierden. Ven a la honestidad y la veracidad de los demás como una debilidad que se puede