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El canto de las sombras


EL PINO FANTASMA

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Ayer, llevando la sedosa veste, erucé del oquedal las arquerías ; la sombra alaba su mantón celeste y el bosque tuvo languidez de ninfas.

Añoranzas de idilios fenecidos, llevábanme llorosa a esos lugares... ¡Oh! cuanto incienso de santuarios idos, aroma los desiertos oquedales.

¡Cuánto recuerdo llévanos del brazo por esas curvas de la andanza muerta! ¡A cuántos trechos desfallece el paso y se fatiga el corazón y piensa!

La fragancia sutil del laurel rosa abrióme el ataúd del pensamiento. ¡Cómo debí sentirme temblorosa al respirar la exhalación del sueño!

El alma del ayer me interpelaba, desde la brisa andante, en un suspiro; y yo no sé ¡por Dios! que contestaba al darle cuenta del pasado mío.

Vagué como una pobre penitente en un clamor mis penas confesando econ algo de aquel éxtasis clemente que dejan las beatas por los claustros.

Vagué toda la tarde pensativa. Y cuando el pino se abrazó a las sombras, con la tristura de una voz votiva el viento vino a preguntarme: ¿Lloras?

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