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El canto de las sombras

LAGRIMA ALADA

Cuando el voluble vestido de la tarde somnolienta deja reposar sus pliegues sobre el monte de bambús y en los valles silenciosos de las lomas misioneras abandonando el desierto vá a guarecerse el ñandú.

En pos de los esterales, remontando campo afuera la inmensidad claroscura por donde muere la luz, talvez a purgar la culpa de una lejana condena. solo, proscripto, olvidado, se aleja el ñacurutú.

Triste pájaro que huyendo al corazón de la sierra busca en los llanos abiertos la nostalgia del azul, como si en esos momentos le intimaran las cavernas con sus antros nebulosos de subterráneo ataúd;

lo encuentra el matrero errante que cruza al azar la [selva, cuando en la noche su sombra delata el vago isondú, y a veces en el ocaso de su infinita tristeza por la necrópolis vuela, horadando la quietud.

Visión entonces ¡tan mustia! que la soledad enferma. al levantarse a las tumbas cercanas al Iguazú, parece el alma doliente del guaraní que volviera a evocar su dinastía desde el marco de una eruz.

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