El canto de las sombras
BUENOS AIRES COLONIAL
Ya no es ella — me decía melancólico el anciano — con su Fuerte y su Cabildo, la romántica ciudad ; ya ni sombra de ella queda, pasó el tiempo y de su mano a los recios empellones, sucumbió la antigúedad.
Ya no existe la Alameda con sus pinos corpulentos, que el trotar de los caballos tantas veces conmovió; ni del Plata a las riberas llegan puros los lamentos del oleaje, que a lo lejos, para siempre se extinguió.
¿Qué más queda — dijo triste — para el hombre, que [el consuelo
de morir cuando es extraño?, y sus lágrimas de abuelo corren solas... porque nadie sus pesares comprendió;
Cuando todo está muy lejos... cuando todo se ha
[cambiado... ¡qué más queda que la muerte! — balbuceó el viejo Ñ [apenado,
y una tarde de esas tardes del recuerdo, se murió.
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