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El canto de las sombras

De ese enfermo que temblaba

y caminaba

contemplando lo infinito, a paso incierto...

De aquel pobre que no vuelve porque ha muerto!

.. Yo los miro, en esos días religiosos de la infancia, somnolientos y callados como inertes centinelas levantados a la puerta de la estancia. Yo los siento alzar quejidos muy lejanos, cuando el viento pasa hurtando a su hojarasca los perfumes más queridos.

Y los oigo, en el silencio de mis noches lapidarias, cual devotas procesiones que elevaran sus plegarias por un claustro desolado

donde duermen apiladas las visiones del pasado.

¡ Y hay clamor de campanadas en la queja suplicante de esas hojas desmayadas!

Oh! los tristes eucaliptos asomados a través de los tapiales. Los que escuchan extasiados las profundas convulsiones de los tísicos que pasan re- [pitiendo sus misales...

Los que gimen en las calles del antiguo camposanto, sobre el lúgubre sepulero de los seres que he perdido, sobre el polvo sacrosanto de las vidas que me amaron y olvidándome se han ido. Yo los siento... en esas horas de reposo y pesadumbre que me olvido de mí misma; cuando caen los recuerdos enervados, de la cumbre con la lluvia temporaria que en la noche los abisma.

¡Y hay clamor de campanadas en la queja suplicante de esas hojas desmayadas!

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