El cantó de las sombras
LA CARROZA BLANCA
Tengo en mis sueños la visión de un niño de negros ojos y de frente pálida, que viene a mi dintel todas las noches desde una edad lejana.
Debe bajar del cielo, porque siento el rumor de sus alas. Porque tiene una veste muy hermosa hecha de tules y ambarinas dalias.
Es un hermano que perdí en el mundo, en una noche de Noviembre larga... Larga, como las noches del olvido, cuando la estrella de un amor se apaga.
Es la misma-cabeza encantadora de hondas miradas y enerespados rizos, que se inclinó en mis brazos, abatida, como se inclinan al morir los lirios.
Es la sonrisa aquella de los labios que ví al cerrar la funeraria caja. El mismo querubín que de mi lado llevó una tarde la carroza blanca...
Ah! son las mismas manecitas tiernas que sobre el pecho le cruzó la muerte; ¡el mismo ángel solitario y bello que he perdido en la tierra para siempre!
Que rumbo extraño, en el fatal crepúsculo, el féretro tomó, que lo llevaba, que nunca... ¡ni ál correr de tantos años! lo he visto retornar de aquella marcha?...
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