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El canto ie las sombras

DE LA ALDEA OLVIDADA

En el bajo de la senda, hasta el mismo cementerio siendo campo de la Muerte, se siente que está muriendo.

Con su lúgubre figura un ciprés amarillento, sostiene apenas la triste pirámide de los muertos.

Linda el sagrado recinto ancho paredón desierto, por cuyas grietas, las plantas anémicas, se extendieron.

Y si una vez. en la tarde, palpitan sus tallos secos, es porque en torno a los muros labora el nido un mochuelo.

Media docena de cruces, como inválidos dispersos, sus truncos brazos de leña dejan asomar a trechos.

Y como santa memoria de un vejado mausoleo las formas del ángel surgen hacia el profundo del cielo.

Enmarañada en la hiedra, la obscura puerta de hierro bien claro dice al que pasa que ya no vienen los deudos.

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