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llegar á lo mejor, y así como don Enrique de Portugal, tomó por divisa las palabras Talent de bien faire, Colon hizo el bien que quiso con la misma nobleza de emulacion, la leyenda de menos y la modestia cristiana de mas.

Cariñoso con sus parientes, afable con los que lo rodeaban, mostraba con sus inferiores una benevolencia y urbanidad, que no se aprenden sobre la cubierta de un buque, y su facilidad para espresarse, lo pintoresco, lo atrevido y feliz de sus imájenes, el timbre sonoro y claro de su voz, siguiendo las emociones de su corazon, esplican bastante las simpatias que encontró entre los comerciantes jenoveses, que traficaban en Lisboa. A pesar de esta dulzura, era Colon impaciente por naturaleza, é inclinado á la cólera; pero sus arrebatos no hacian mal sino á sí mismo; porque la reflexion, casi tan repentina como el primer impulso, venia para contenerlo. Parecia que su propension á la ira le fué dada como una prueba, como un motivo de luchar para vencer aquella pasión, puesto que ofreció un modelo de paciencia para conseguir dar cima á su obra eterna.

Presentes en su imajinacion los ejemplos del hogar paterno, y las encarecidas recomendaciones de su piadosa madre, conservaba á bordo los hábitos cristianos de la niñez; y él mismo nos ha dicho cuan vasto campo ofreció el mar á sus meditaciones relijiosas. No bien establecido en Lisboa, tomó por costumbre el ir diariamente á misa al convento de monjas de Todos los Santos, en el cual fueron notadas su devoción y su aspecto desde las celosias del coro por una jóven pensionista, que le cobró tal aficion, que deseosa de conocerlo, discurrió un modo de satisfacer su tierna curiosidad.

Era esta una doncella llamada doña Felia, hija de don Bartolomé Mognís de Perestrello, noble italiano naturalizado en Portugal, antiguo empleado de palacio, y uno de los protejidos de don Enrique que, aten-