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y Fr. Juan Perez salió sin luz y en secreto del monasterio, un poco antes de las doce de la noche, arrostrando el peligro de tropezar con una emboscada, ó con los merodeadores. Atravesó sin temor las tierras enemigas, confiado en la providencia, y llegó sin accidente alguno á su destino.

Para dar oidos á esta proposicion en tales circunstancias, y volver de esta manera por sí sola á desenterrar un plan condenado por la junta científica, cuando la rodeaban tantos apuros pecuniarios, y vivia en la incertidumbre de lo que duraria la campaña, es preciso que la reyna estuviera muy en su favor, como lo estaba en efecto.

Ninguno en mejor posicion que el guardian de la Rábida para manifestar á la intelijente Isabel, la grandeza sublime de Cristóbal, porque no solo podia discernir de su proyecto, sino que únicamente él tenia los datos para revelar la predestinacion, y santas intenciones del hombre que Dios le enviara en premio de su virtud, para hacer eterna su gloriosa memoria. Quedó triunfante el franciscano, y la princesa, sin pensar mas en la Junta, y sin recordar otra cosa que los elojios que tributaban á Colon, los dos Geraldinis, Mendoza, Deza, Quintanilla y Santanjel, y confiando sobre todo en sus primeras impresiones, encargó al P. Marchena que lo llamara sin tardanza. Mas como adivinase previsora su falta de dinero, y para que se equipase á su gusto, y pudiera presentarse con cierto decoro en la corte, le hizo entregar veinte mil maravedis en florines de oro, por mediación del alcalde de Palos Diego Prieto, que los envió con la carta del guardián á Garcia Hernandez, para que los diera á Colon.