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XXIII

Despues se puso en el subterráneo del convento de las Cuevas en la capilla de Cristo, y se grabaron en la piedra los dos versos de la leyenda de sus armas.

Colon, á quien la providencia trajo á España, estaba considerado en ella como estranjero; á pesar de sus cartas de naturaleza, y no dejó al partir de esta vida ninguna alianza poderosa, que volviese por su crédito, ni por su descendencia. Nueve años hacia que el camino abierto por la audacia de su injenio, al través de la mar Tenebrosa, tenida hasta entónces por inaccesible, lo surcaban aventureros intelijentes y afortunados. Numerosos descubrimientos habian sucedido á los suyos, haciendo olvidar el éxito fácil de lo presente, los rudos trabajos de un pasado, mas conocido por sus prodijios que por sus riquezas. Los de los portugueses al oriente, y los viajes de los castellanos por las Indias occidentales, daban fama eterna á nombres ignorados. Mientras que Vasco de Gama, doblando el cabo de las Tempestades, descubria á Mozambique, Melinda y Guzárate, y establecia factorias en Cochin y en Cananore; Vicente Yañez Pinzon franqueaba la línea equinoccial. Y al par que la sumision de Madagascar y de Zocotora, el descubrimiento de Sumatra y de Malaca y la conquista de Goa cubrian de gloria las armas portuguesas, un nuevo impulso ponia en movimiento á todos los puertos de España, que activaba los ensayos de colonizacion en el nuevo continente, en Uraba, en Darien y en Porto Bello, recibiendo en premio la Florida por Juan Ponce de Leon, y la mar del Sur por el jeneroso Vasco Nuñez de Balboa. ¿Quién habia de pensar en Cristóbal Colon en medio de tantos triunfos y de tantas esperanzas?

En vano solicitó del rey, durante dos años consecu-